Mice and men

Me falla el recuerdo exacto de la declaración que cierta vez hizo Juan Ramón Jiménez, era algo así como que el periodismo se ocupa de lo que es, mientras que de lo que no es trata la literatura. En este momento de la historia, con la prensa comprada por los bancos y tanto intelectual falto de valor e imaginación, quizás se plantearía intercambiar los términos.

Era una carretera prácticamente desierta, de uso vecinal, serían como las diez de la mañana, una mujer acercó su coche y bajó el cristal para saludar y dedicarme parabienes y buenos deseos. Un rato después vi que el automóvil estaba estacionado en la cima de la colina, a poca distancia de la entrada a Red Cloud. Al llegar a su altura se apeó del coche y vino por mi. Era Lois, la profesora de lengua inglesa y literatura del instituto del pueblo y colaboradora eventual del periódico local. Me pidió hacerme unas fotos y unas preguntas para escribir un artículo. Para empezar quiso saber si yo era superviviente del cáncer; negué con la cabeza despacio presintiendo que la encuesta seguiría con la pregunta inevitable: por qué haces esto pues. Pero no fue así y di gracias por su buen gusto. Al acabar yo le pregunté acerca de sus escritores favoritos. Ahora me parecía mayor su buen gusto, pues mencionó a Scott Fitzgerald y John Steinbeck, de este segundo, todos los años hace leer a sus estudiantes Of Mice and Men. ¿Lo has leído?, me preguntó. Si, en español, De Ratones y Hombres, respondí. ¿Exactamente qué esperas que aprendan tus alumnos de esa historia?, le pregunté. Ella resopló, la respuesta tardaba y nos miramos sonriendo, ella miraba con una mezcla de esperanza y tristeza, tenía delante a una profesora que sueña con construir mejores hombres.

Cien kilómetros más al este, a las tres de la tarde, parecía un día después debido a la fatiga de largas horas. Paré a comprar comida en la gasolinera de Deshler. De forma absolutamente improbable me topé con otra periodista cazando noticias para la hoja local, Gale. Llevaba la impedimenta lógica: libreta, bolígrafo, una cámara fotográfica, y como agregado un niño tímido y glotón ligeramente avergonzado de ver a su abuela hablando tan ricamente con gente extraña. Esta sí lo preguntó: ¿por qué haces esto?. ¿Necesitas una razón?, le dije. ¿Si la hay?, me respondió.

Muy sencillo me resultaría escribir un párrafo engolado para explicar a los periódicos por qué Usabywhike, pero hace mucho que trascendí la cuestión, no tiene sentido rebuscar motivos para hacer algo responsable y generoso. Sé que la profesora de literatura no lo necesitó porque ella siente vocación por lo que podría ser, pero a muchos otros les molesta la imaginación. No me disgusta alegar la causa, eso es normal, sin embargo me apena que tantos tengan que analizar por qué hacer esto mientras entienden tan rápidamente a los ratones.

164 kilómetros entre Franklin y Fairbury.

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