Allergy, down in the farm

Hace dos días que peleo contra un chorro de viento proveniente del este con componente norte. La divinidad que lo manda le ha dado fiat para elevar todo el polen de gramíneas que halle a su paso y arrojarlo sañudamente contra mi. No avanzar al ritmo esperado es el menor problema. El picor es insoportable, rabio y me detengo en la cuneta a resoplar y rascar, boqueo como un pez fuera del agua, maldigo y lloro lágrimas de cocodrilo. Ando con una mascarilla que me tapa media cara, un forajido que habla con voz cavernosa y entorna los ojos como un perdonavidas. Y no hay otra que seguir. Hoy tomé la difícil decisión de ir sin vela, el viento entrañaba peligro por carretera. A mitad mañana no sentía fuerza y he parado en un camino para hablar seriamente conmigo mismo. No ha sido una conversación de salón. El esfuerzo para promediar nueve horas y media de pedaleo efectivo al día empieza a pesar.

Por suerte la vista emociona y levanta la moral. Las vistas producen la mayoría de las ideas, y estas son muy buenas. El entramado de carreteras en el Este es más tupido que en el Oeste, tengo rutas alternativas y desde hace días hago camino por vías vecinales sin apenas tráfico que discurren entre granjas, de puerta en puerta. Cientos de kilómetros “of real America”. Las granjas de Iowa, de Illinois, y también de Indiana, donde estoy ahora, son de cuento. Los granjeros de estos estados no son precisamente desarrapados; cada granjero es un pequeño industrial que posee cientos de acres de tierra cultivable y cabaña de ganado, una red de sucursales del Farmers Bank respalda su actividad en la cual emplean tecnología y maquinaria agrícola avanzada y especializada para cada tarea. Su tamaño es imponente, al cruzarme con estos equipos rodantes por los caminos tengo la sensación de que son fábricas en movimiento. Sus casas están exquisitamente acabadas, algunas son casi mansiones, las tienen rodeadas de una extensísima superficie de césped, flores, ornamentos y mobiliario de jardín, todo cuidado con notabilísimo esmero. Y no están valladas, para desgracia mía porque muchos perros se lanzan en mi persecución. El jardín termina donde empieza el sembrado o el camino, y en este ecosistema no hay ni un resto de suciedad a la vista ni residuo fuera de lugar. Todo al modo de buenos hombres que cuidan de las cosas que crecen. La palabra es “neat”. Me llevo una opinión muy favorable y me siento agradecido por su obra; así se lo dije a un granjero y fui consciente de que mis palabras eran también parte de su cosecha.

Gilman a Logansport 152 kilómetros.

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