Armageddon

Hoy etapa maratoniana entre Logansport y Lima de 204 kilómetros con buen ángulo de entrada del viento. Aun así ha sido una pila de horas, salí a las 08:10 y llegué a las 19:55, con una parada intermedia de 40 minutos para comer y grabar unos planos. Eso son unas 11 horas de extensiones de pierna. Qué sensación de cansancio y poder tan maravillosamente combinada. Lástima que la luz se acabó, habría podido hacer algunos kilómetros más.

Me he pegado otro remojón, ya he perdido la cuenta, pero este no me ha importado porque la temperatura no era fría y porque iba por una carretera campestre desierta y en ausencia del estrés que me provoca el tráfico el chapoteo de las ruedas sobre el agua es un sonido dichoso. No me cabe duda que el episodio del día ha tenido lugar en esta carretera pastoril y apacible. Ceñida a la cuneta, divisé a lo lejos una columna que venia a mi encuentro. Cuando estuvieron a menor distancia vi que eran familias Amish ataviados de fiesta en sus carros tirados por caballos. Y no eran pocos, la hilera era bien larga. ¡¡Madre de Dios!!, me dije, ¿y ahora qué? No había escapatoria posible, era una carretera estrecha, justa para dos coches, rodeada de campo hasta el infinito. Una trampa mortal, una matanza aunque Amelia no quisiera. Al verme, los caballos empezaron a resollar y proferir ronquidos y a piafar. Las preciosa hilera se desbarataba por momentos en dobles y triples filas. Los animales encabritados iban de lado a lado y por estar la carretera mojada sus cascos resbalaban y casi se despatarraban. Algunos se arrancaban en cabalgadas meteóricas por medio de la carretera o del verde lateral, y cada cual se aferraba donde podía. Los hombres gritaban voces de mando y empleaban con vehemencia su autoridad para controlar a las bestias, algunos tenían que ponerse de pie en el pescante, otros saltaba a tierra para amarrarlos del ronzal. Se oían gritos femeninos por todas partes y yo veía espantado cómo brazos y manos se dirigían raudas a sujetar todo lo que podía salir disparado. Horrorizado por el estropicio apreté los dientes y aceleré al máximo para que el trance acabara cuanto antes, pero a mayor velocidad mía mayor horror en los ojos de los caballos. Y lo más asombroso es que estas bellísimas gentes ¡aun me saludaban!, en medio del aprieto y de su tribulación aun les quedaba una mano libre para llevarla al sombrero o inclinar la cabeza. Pero qué almas tan hermosas, ni un reproche escuché. Pero qué maldita coincidencia nos metió a todos juntos en aquel corral de locos yo no lo sé, parece que venían de una celebración, o bien se dirigían a ella, y no sé si aun les dejé ganas. Y yo me preguntaba si después de esto se me hiciera de noche en aquel lugar aun me abrirían la puerta de su casa y me ofrecerían su hospitalidad tribal. ¡¡Dios bendito!! Si los hubiera pillado un tornado camino de la fiesta no hubieran quedado más descompuestos.

¿Qué opinas?

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos necesarios están marcados *

 
Go top