Cazalla de la Sierra a Castilleja de la Cuesta

El amigo del hotel de Cazalla me dijo que estaba solo, que no tenía personal, así que me mostró la cocina y me dijo: “cuando te levantes te vienes y como si estuvieras en casa, toma lo que te apetezca”. Pero hete que por la noche antes de irse a la cama por costumbre la cerraría con llave y por la mañana tuve que partir en ayunas. Le llamé al móvil, que me había dado por si necesitaba algo, pero no contestó, aun dormía. En el hotel de Castilleja de la Cuesta la recepcionista era también camarera de habitaciones y de cafetería. Corría de un lado a otro a demanda de los huéspedes y clientes, y mi manzanilla, por ejemplo, tardó treinta minutos en llegar. En el hotel de Sanlúcar la cola del mostrador iba en aumento porque la jefa de recepción tenia como ayuda a mocitas en prácticas que no sabían manejar el sistema. En Zalamea me tocó buscar a los caseros por el recinto de la casa rural porque no había nadie esperando a mi llegada.

No es que me moleste, viajo sin exigencias ni preconcepciones. Cuanto más de lo mío dejo en el armario más amplio veo el horizonte, y notar ciertos toques de insuficiencia manifiesta realidades que de otra manera no vería. Pero para competir por precio hay que estudiar mucho y ser imaginativo; eliminar lo sobrante es respetable, fallar en lo esencial es una cagada.

Por otro lado, todas y cada una de las personas con que he tratado en estos lugares han sido extremadamente amables, bien dispuestas, y yo diría que hasta cariñosas. Generalmente, con un extraperformance, las personas compensan las carencias de medios; es magistral el capital.

Ciento treinta y nueve kilómetros más en las piernas.

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