La Bicicleta Café

Un grupo ciclista con nombre de unidad de élite me dio alcance el otro día en las cercanías de la ciudad, 23rd Reales. En pocos kilómetros tuve mucha charla con uno de ellos y me convenció para acompañarles a conocer su punto de reunión, la Bicicleta Café de Castellón. Al llegar al sitio un tipo con barba y buenos modales salió de detrás de la barra, me recibió con un apretón de manos y pasó a hacerse cargo de mi bici como un mozo que atiende al huésped de la casa, al que, tras la jornada de trabajo, aguardaban para empezar la asamblea habitual. Era una casa vieja de cuerpo estrecho y al fondo la luz de un patio interior por cuyas paredes ascendían bicis antiguas, menos que las draisianas, y estaban limpias, enmendadas y expuestas provocando el recuerdo y la imaginación. Sí, cierto, un pelotón ciclista es como un patio de vecinas con conversaciones de a dos acerca de trucos y chismes, males conocidos y exageraciones, en una atmósfera cruzada por gritos, ruidos de hora punta y ansiedad. No concuerda con la frase de H. G. Wells «cada vez que veo un adulto en bicicleta no pierdo la esperanza para el futuro de la humanidad», tuvo que ser una representación mental distinta la que se la inspiró, unos caballeros de la bicicleta enfundados en maillots de exquisito diseño, del verde de la mesa de billar, alabados por no escamotear un relevo, por no avinagrarse entre ellos las subidas, y cosas así, tal vez por hallarle razón a la belleza de los actos sin más.

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