Man, wanna some cold water?
mayo 13, 2015
Esos bichos no pueden volar a pesar de tener alas, poseen largas patas con grandes músculos y una vez que se han impulsado con ellas extienden las alas para captar la mayor cantidad posible de aire. No era guardar este paralelismo con las langostas lo que me disgustaba. El paisaje que transitaba no era precisamente risueño y la imagen que se abría hueco en mi mente aún menos: el maná del desierto, millones de chapulines precipitándose al suelo, muertos, extenuados por la migración, y todo el elenco de seres vivos sirviéndose a su costa el sustento. La ocurrencia no llegó sin más. Me encontraba en medio de un secarral, desde Twentynine Palms (California) a Parker (Arizona), 187 kilómetros sin civilización, sin agua, sin sombra, sin margen de error, y desde hacía rato avanzaba asediado por las sombras de media docena de buitres. Esos malditos, en vuelo tienen una realeza innegable, pero cuando aterrizan y empiezan con sus horribles saltitos la cagan a base de bien; y esos ojos de dinosaurio, esa mirada radicalmente amoral y responsable de su inescrupulosa dieta…. no, no era un gran momento, y el momento duró ocho horas y tres cuartos. La carretera no terminaba nunca y los pocos coches aminoraban para ofrecer agua. Tres remolinos de tierra se alzaban hacia el cielo a unos doscientos metros de la linde de la carretera, avanzaban en paralelo exactamente a la misma velocidad que yo y me han acompañado durante veinte minutos, hasta que ¡flop!, han dicho adiós. No ha sido un espejismo. De verdad. Dicen que tras enfrentar pruebas titánicas algunos hombres se transforman en videntes; si justo antes del fin me visitasen los genios y los espíritus de los cuatro elementos y sobreviviera a su exposición, igual mi rostro adquiría una cualidad granítica y mi intuición la virtud de penetrar cualquier misterio por venir….. Pero básicamente cuento todo esto porque sé cuánto disfruta el público con una final a cinco sets bajo el azote de los elementos.
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