Bye beautiful Ohio

En Berlin, condado de Holmes, un restaurante de comida casera abre a las 5:30 de la mañana y no para de poner platos hasta las 20:00. Las camareras se dirigen a los clientes como si fueran esposas, madres y hermanas, van a preguntar qué ocupa o preocupa, en cualquier momento, mientras van de mesa en mesa. Desayuné temprano y no tan rápido como hubiera querido que durase el trámite porque un lugareño se colgó de mi con preguntas y más preguntas. Debió considerar que su descubrimiento era grandioso porque me presentó al “major” del pueblo allí presente, aunque no parecía excelentísimo a cuenta de las manchas transañejas de su camisa. Luego reflexioné; algunos alcaldes con camisa impecable dan más asco.

Tenía que hacer unos pocos kilómetros para llegar a una tienda de bicicletas que me habían indicado: llevaba un radio roto. Llegué pero estaba cerrada. El horario de apertura semanal decía que los jueves abrían “by chance”, es decir, que igual abrían como que no; ¿está bien no?, es decir, si me levanto voy y abro, ya veremos. Estaba a punto de irme cuando por la cuesta apareció un hombre amish empujando una bicicleta con una pequeña caja de herramientas en el maletero. Era el dueño del negocio. Nos revisamos de arriba a abajo con los párpados entrecerrados y escaso disimulo de la extrañeza que nos producíamos el uno al otro. Siempre me falta algo de tiempo para escuchar a la gente, y es una pena porque las situaciones extrañas hacen que las personas cuenten cosas poco usuales. Reparó el radio y no quiso cobrar. My work is my donation, dijo.

Antes de medio día un ruidillo me hizo parar. Era otro radio, pero este solo estaba suelto. Estaba apretándolo, de rodillas sobre el césped, cerca de la carretera, cuando el dueño de la casa a la que pertenecía este trozo de verde salió y vino a verme, en bermudas y sonriendo, a ofrecer su caja de herramientas y sus manos. La conversación evolucionaba con soltura, y entonces vio la vela y se calló de golpe. Sacó la cartera y preguntó cuánto era razonable darme. Tuve que explicarle como a tanto otros que no podía aceptar efectivo. Tenía esa mirada de darlo todo, esa emoción concentrada cuya acción inmediata sería casi grotesca o desproporcionada, y entonces el pudor le frenó antes de quedar del todo desnudo; dura decimales de segundo pero si has sido observador has visto cómo de hermoso fue el impulso. Él mismo había padecido cáncer tres años atrás, “now is gone”, dijo satisfecho.

Comí de pie en la cuneta, bajo un árbol, una hamburguesa de naturaleza inexplicable y unos nuggets de pollo, espero. Y seguí.

Hasta que Jenny me llamó desde la puerta de su casa. Yo no la veía, escondida tras las artes de su jardín, pero ella me había visto venir desde lejos y ya gritaba preguntando qué era esto. Le hice un resumen, pero no me dejó terminar. Se emocionó, tuvo que taparse la boca con las manos porque le temblaba, y los ojos se le hacían agua, dijo que seis miembros de su familia habían muerto de cáncer, y se marchó corriendo dentro de casa; volvió con helado de nata y chocolate y agua fría, y de paso ella misma más calmada. Me ofreció cama y me rogó que esperase el regreso de sus tres hijos y su marido, haríamos una cena especial. También me ofreció dinero. Estuve con ella unos veinte minutos, pero no podía más, por desgracia, y me iba despidiendo mientras ella repetía que me quedara a dormir. No podía, solo llevaba 115 kms en ese punto, tenia que seguir.

No llevaría ni quince minutos pedaleando de nuevo cuando un coche me alcanzó y con la ventanilla bajada un hombre me gritaba que era su madre la que yo había conocido, venia a decirme que yo era grande, a preguntarme si necesitaba cosa alguna, a insistir en su invitación y finalmente ante mi negativa a desearme toda la suerte y felicidad del mundo. Y gritando otras cosas se marchó.

Al llegar al motel la recepcionista me preguntó de qué iba esto. Le expliqué. Tragó saliva, se fue a hablar con su jefe y de regreso me dijo que nos hacía un 40% de descuento.

Este es el efecto de las buenas historias, supongo.

De Berlin a Columbiana 129 kms

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