Castilleja de la Cuesta a Zalamea la Real
abril 3, 2015
Serían como las tres de la tarde. Yo venía apretando las quijadas, fastidiado por el calor y la tentación de buscar fonda. Había una figura sentada en el murete encalado del pórtico de Villa María Luisa, a la sombra de los eucaliptos y la glicinia. De lejos parecía que partía almendras pero cuando llegué a su altura descubrí que el repiqueteo y el ejercicio de sus manos eran de escribir a máquina. Sentado a horcajadas, entre la piernas tenía una Olivetti con un folio montado.
Manuel escribe; sin derramar una gota de sangre, literariamente, pretende acabar con todo lo que está torcido, escribe prosa rimada, para joder a más de uno con sus bromas. Por ejemplo: el presidente se llama Rajoy porque raja hoy pero ya no rajará más mañana. Estiró la mano hacia el petate, quería leerme algún extracto de su libro, pero yo no tenía mucho tiempo, prefería que me hablara de él. En el cuello llevaba el anillo de la madre desaparecida, estiró el cordón para que lo viera, lo apretó contra su piel y al recordarla sollozaba de pena y arrepentimiento. Su madre viuda le crió sin putear, haciendo tres turnos por día. ¿Cuándo comía ella? ¿Cuándo dormía ella? Pero él sí delinquió, y le partió el corazón. Manuel joven careció de estudios y disciplina, probó a ser militar en la legión, se partió el pecho para que lo aceptaran, pero un juicio pendiente le privó cuando estaba a punto de embarcar para África; entonces se juró que al menos sería caballero. Manuel es observador, pero no se ve, bebe y vaga, a pie por toda Andalucía, y todo suena complicado cuando habla; es pacifista, ecologista, poeta, bohemio, chistoso. Manuel se duele, sufre si piensa, las pasiones le estallan, sus ojos se enrojecen mientras habla, niega lo que no alcanza, y haga como haga siempre parece en el lado inconveniente.
Las cosas no cuestan muchísimo de hacer, cuesta en todo caso alcanzar el punto de querer hacerlas. Ciento veintiocho kilómetros.
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