One hundred rabits

Segundo día consecutivo superando once horas y media de pedaleo efectivo, parece que voy entrando en calor. El plan es algo así: empiezo a las 7:00 y termino sobre las 20:00. Trece horas menos algunos descansos y paradas; echa la cuenta tú mismo. Desde Walsenburg a Lamar, 214 kilómetros de calma chicha. He pagado el peaje de las montañas Rocosas y he llegado a campo abierto, las grandes llanuras, interminables, oceánicas, rectas de cien kilómetros, aquí puedo coger ritmo y mantenerlo largas horas, hasta que la musculatura se resiente de trabajar demasiado tiempo en el mismo ángulo. Voy mirando el horizonte a izquierda y derecha invocando conjuros para que las tormentas que se forman en la distancia elijan su propio derrotero. Si sentís curiosidad de cómo es la primavera en las grandes llanuras basta con decir que cuando nos ven con la cámara nos preguntan si somos caza-tormentas. Pasa algún coche de uvas a peras, pero he visto caballos, mofetas, halcones, antílopes, tejones, coyotes, ratones de campo, pues no me apetece hablar de bichos y serpientes, pero sí de one hundred rabbits.

Ahora que voy solo me da para pensar. Me resulta chocante la cosa de las propinas en los restaurantes de EEUU. Mientras algunos sobreatienden al cliente aburriendo con la pregunta “everything’s ok?”, en una generalidad de comedores, además de servir bazofia prefabricada o mal cocinada, el personal carece de arte para el trato, casi son rudos o adoptan un gesto aburrido. Unos y otros piden con igual descaro la propina, y pueden insistir si la respuesta es evasiva. Esto tiene lugar en ciudades y locales en rutas turísticas, en el medio rural no se observa. El efecto de llamar a ciertas conductas costumbre es que se vuelven respetables y completamente inevitables, como esta, aunque sea procaz e hiriente para ambas partes y tenga como único beneficio librar al empleador de reivindicaciones salariales; otro ejemplo de cómo nos apretamos las tuercas unos a otros en la arena mientras en los palcos se frotan las manos. Parecerá una insignificancia, pero es la historia del hombre. En cuanto a la calidad, decimos que esta comida que sirven te hace consumir más energía para procesarla que la que te proporciona.

Por cierto, un detalle minúsculo: tengo alergia al polen de las gramíneas. ¿A qué?. A todo eso verde que veis en la foto. Adicionalmente a la medicación he tenido que improvisar una mascarilla con un pañuelo de papel porque a mitad mañana a falta de viento la vela funcionaba a estornudo limpio.

La gente se detiene a preguntar, se preocupan por si necesito algo, constantemente. Comprueban que me encuentro bien y siguen. Creo que aquí las personas, no diré que son más hospitalarias, pero sí tienen un instinto protector más desarrollado que en Europa, probablemente por la aplastante impresión que provocan los vastos espacios naturales despoblados.

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