Red altar

De Kayenta a Montezuma Creek,152 kilómetros, por la 163. A lo lejos, en la llanura roja y naranja se formaba a la vista un núcleo de casas, apenas un signo en medio de la terrible narración de Monument Valley. Un cuarto de milla antes de la frontera con el estado de Utah, a la izquierda, vivía o moría este barrio sin nombre; da lo mismo, porque tenía iglesia. Las iglesias de estos lugares son obras rápidas, aunque se alcen en la calle aisladamente carecen de solemnidad, son como franquicias, locales con certificado de templo. Naturalmente que este temperamento industrial no vale para atraer apariciones y otros fenómenos celestiales glamurosos como los de la vieja Europa, obviamente que el currículo milagroso de un edificio así no puede ir más allá de ser el único que escapó del tornado. Mientras pensaba esto tuve la idea de librarme de la bolsa verde dejándola en la puerta de la iglesia que tenía justo delante de mí, esta mañana, en una parada para beber y estirar las piernas. Simulé que se me quedaba allí por descuido y me encaminé a la parte trasera. Detrás había un gran depósito de combustible lleno de viejos golpes y preciosas formaciones de óxido, y detrás de este un espacio reservado perfecto desde el cual no perdía de vista el whike mientras llevaba a cabo una necesidad imperiosa. Al volver el cura estaba en la puerta de la iglesia sonriente y apuntando con el dedo al whike. ¿Qué diríais? Había vuelto a poner la bolsa verde sobre el asiento y su rostro a duras penas evitaba el pecado del orgullo por haberme salvado de las nefastas consecuencias de mi falta de atención. ¡Thanks a lot!, le grité, monté y seguí. Lo malo de viajar en este plan es que no tengo tiempo para confesiones.

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