Sin blanca

Aparqué el whike en la plaza de cara a la arcada del ayuntamiento, era domingo 12 de la mañana y una cuadrilla de chiquillos y chiquillas bien peinados corrían calle abajo gritando «¡a misa, a misa!», pero al ver el whike se detuvieron en seco y olvidaron adonde iban. Desde una esquina les amonestó un mayor «que llegáis tarde». Yo no quise mirar al hombre para no sentir la acusación. Elegí al azar entre los dos bares y entré. ¿Hacéis bocadillos? Si, ¿de qué lo quieres? Antes de nada, ¿hay un cajero cerca? No hay en todo el pueblo. Vaya.  ¿Aceptas tarjeta? No tengo terminal. Pues vaya. Ya me lo pagarás, dijo de repente. ¿Cómo que ya te lo pagaré!? Si, ya me lo darás hombre. ¿Cuándo? Pues otro día que vuelvas. Pero si yo no tengo previsto….., quiero decir que igual no vuelvo en un año, o…. Bueno, ¡pues ya me lo pagarás!, remachó enfadado por mis pegas. Está claro que la generosidad es una planta silvestre que no crece a base de exhortos. Es la química, no me cabe duda.

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