Three in a day

A primera hora andaba por Nebraska, entonces atravesé el rio Missouri y entré en dicho estado, a continuación viré rumbo norte, alcancé la frontera con Iowa y la crucé, todo en apenas media mañana, antes del cénit. Qué barbaridad, unas veces hago cosas de gigante y otras no me aclaro a salir del Corte Inglés.

El día anterior el sheriff de Auburn me estuvo esperando, me buscaba porque quería conocerme, eso me contaron en el B&B Arbor Manor. Por la mañana me di una vuelta por la calle principal para grabar unas tomas y de paso ver si nos cruzábamos, pero no se presentó, así que tiré para Missouri. De Auburn a Bedford, 158 kilómetros, un día de conocer gente, por eso llegué a meta a las 20:45, desde las 7:30 de la mañana; profundamente agotado pero capaz, no sé cuál es el límite, parece que siempre queda alguna fuerza para seguir.

Estoy sintiendo la amabilidad y la hospitalidad de los americanos, sobre todo en la “real America”. No se conoce EEUU viajando a Grand Canyon, Los Angeles o Nueva York, estos son impactos intensos pero no dejan este sabor. En Tarkio hice un alto para comer en un Pizza Hut. Al entrar, una familia, ocho entre adultos y niños, se levantaron para saludarme y darme la mano. En otra mesa una mujer comía con su hija, al terminar me pidió si podía hacerme una foto con la pequeña. Ya fuera de allí, al poco de reiniciar la marcha divisé una pareja a pie de carretera ondeando un pañuelo, me habían adelantado en la recta anterior y me esperaban para hablar e invitarme a comer en su casa. Todo esto es Iowa, según Jack un lugar estupendo para vivir feliz. Y más. En una granja a orilla de carretera estaba teniendo lugar una fiesta familiar de graduación. Desde la terraza me hicieron todas las gesticulaciones posibles hasta que cedí. Bajaron al asfalto a por mi y me llevaron a comer tarta y beber con ellos. En este lugar mi “tripulación”, como aquí la llaman, se olvidaron una mochila que contenía efectos personales de viaje y un sobre con dos mil dólares. Dos horas más tarde me adelantaba un coche, se detenía en el arcén y sus ocupantes bajaban agitando los brazos. Eran los anfitriones de la fiesta que me habían estado buscando para devolver la mochila, habían hecho cerca de treinta millas. Y aun más, más adelante en el camino, otros salían y preguntaban y ofrecían. He perdido la cuenta de la gente con la que hablo. Cualquiera de estas personas me daría mejor pernocta que los moteles en que dormimos. Son caros y no dan desayuno, dan grima.

1 comment

  1. Comment by Migue

    Migue Reply junio 2, 2015 at 6:57 am

    ¡Qué chulo! Y ¡qué envidia: poder vivir todas esas experiencias y ver ese paisaje social! Es cierto que ni haciendo un viaje a Nueva York de dos meses vives cosas así.

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