Turning point

Desde Tuba City hasta Kayenta 118 kms, y de aquí parte la legendaria carretera 163 por Monument Valley. El día era brillante, probamos una cámara nueva. Se instala en la cabeza y se activa con un mando a distancia sujeto en mi muñeca, además incorpora una pantalla pequeña que muestra lo que voy grabando. La pega es que la batería dura menos que un plato de espaguetis. No puedo creer que para cuando ocurrió esto ya no quedara.

A eso de las 11:00 me alcanzó un Dodge Challenger negro. Dentro venían dos individuos, tenían una pinta sucia y salvaje y se turnaban una botella de cerveza de la que bebían a tragos largos, el conductor repasaba las encías con la lengua y disfrutaba como un gorrino, sin embargo en el otro había algo impuesto, algo relacionado con una causa de desesperación que jugara con él; ya digo, el conductor no tenía excusa. A gritos me preguntaron mi destino. Les dije que iba a Kayenta y a partir de ahí todo fue muy rápido: el copiloto sacó medio cuerpo por el hueco de la ventanilla, me disparó varias fotos y regresó al interior, un segundo después apareció de nuevo con un bulto entre las manos y me lo lanzó. Abrieron gas y se largaron. Una bolsa verde mal cerrada aterrizó en mis piernas, un objeto metálico se deslizó fuera y volteando por el asfalto fue a caer por el terraplén. Era una broma de lo más idiota, daba por sentado; pero entonces por la espalda oí una sirena y el vello de la nuca se me erizó eliminando de cuajo todas las interpretaciones no peligrosas de lo que estaba sucediendo. El coche de policía se puso a mi lado. Estaba muy desaliñado. Aminoraron para preguntar si había visto pasar un Dodge Challenger de color negro. Solo fueron unos pocos segundos, pero pude observar y me extrañó mi propia conclusión: que la excitación que centelleaba en los ojos de aquellos policías no era exactamente la cólera del héroe sino más bien la urgencia de quien tiene puesta la vista en la ganancia. En parte aún creía en la gamberrada, papeles y basura de sus juergas; en definitiva, no les enseñé la bolsa para no entretenerles, pero conforme se alejaban me preguntaba si en realidad no habría sido una prevención inconsciente lo que me hizo callar. Por la tarde, instalado en el motel, decidí ponerlo en conocimiento de la policía, pero al ensayar los pasos que tenía que dar comprendí que era el guión de un suicido: si se conocía la suma y resultaba que no estaba todo pensarían que había pospuesto la denuncia para resolver la parte que me quedaba y la que devolvía. Aun yendo como la seda, las actuaciones a buen seguro que arruinarían mi travesía, recordé además las fotos que me habían tomado aquellos dos, que sabían mi ruta y podrían encontrarme, pero lo que rotundamente me frenó fue recordar esas películas de policías en las que los agentes practican el “quien lo encuentra se lo queda”. Cuantas más vueltas le daba más perdía pie la idea de involucrar a la policía. No veía la salida entre el montón de razones complejas e imágenes molestas que surgían ante mí; no se trataba solo de la bolsa. El dilema consistía en aclarar si una vez pronunciado un compromiso debía mantenerlo a cualquier precio a pesar de incurrir en peligros con los que de entrada no contaba. Admitiendo que los acontecimientos recientes habían variado las circunstancias respecto del momento en el que lo formulé, quizás se justificaría la renuncia, seguramente el público lo comprendería, pero, ¿y yo mismo?, ¿a quién es más desleal decepcionar? Sentía el predominio de mi interés y también se me insinuaba la perspectiva de que los principios, sin cuestionar su autoridad, al ser para todos en general quizás podrían tener menos prevalencia sobre este caso particular. ¿Dónde había un juez?, un amigo a quien hacerle constar que posicionarse rápida y atinadamente como hace un filósofo no es tarea fácil. Y entonces me enfadé, porque estaba harto de numerar y peritar cada consecuencia, y cada vez que estaba a punto enlazar la respuesta se me escondía en una esquina y a cambio saltaba cualquier irrelevancia dispuesta a distraerme. ¿A qué hora pongo el despertador mañana?, ¿dónde he puesto la crema solar?, ¿tendré suficiente batería?…. Vamos hombre, tenía que robar las palabras a mi propio pensamiento para declararme la decisión que ya había engendrado. ¿Se puede eludir un deber por estar sujeto a una obligación? Solté un gruñido y zarandeé la cabeza, como quien barre violentamente con el brazo todo lo que llena la mesa e impide extender bien el plano. Dos puntos una recta, y no hay más que decir.

4 comments

  1. Comment by Migue

    Migue Reply mayo 20, 2015 at 7:44 am

    ¡¡¡Grandísimo!!! ¿No te estarás leyendo una novela de Elmore Leonard?

    • Comment by jl

      jl Reply mayo 21, 2015 at 4:46 am

      ¿leer? ya me gustaría tener un ratito para eso….:) tks
      bonita foto del departamento, sois fenómenos!!

  2. Comment by Josemi

    Josemi Reply mayo 21, 2015 at 4:36 pm

    José Luis, no olvides hacerte la foto en el Forrest Gum Point de la 163!!!!. Hasta aquí hice prácticamente el mismo recorrido, UTAH es espectacular!!
    Mucha suerte!!!

  3. Comment by Antonio

    Antonio Reply mayo 25, 2015 at 3:14 pm

    Suspense total… como en las pelis…
    me lo puedo imaginar…

    Antonio S

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